Cambio climático: un viaje a la Antártida para aprender a ser líderes en la diversidad y la inclusión

Cien mujeres científicas buscan darle visibilidad a un tipo de gestión diferente a la del sistema patriarcal. Para eso, salieron de su zona de confort y aprendieron que la vulnerabilidad también es fortaleza. El lugar de la maternidad. 

“Cuál fue tu mejor recuerdo de la Antártida?”, la pregunta de la Dra. Marisa Parrot, bióloga especialista en reproducción animal que viajó conmigo a la Antártida tuvo una respuesta unánime: “la gente”. No fueron los pingüinos, ni los icebergs. Lo mejor de la experiencia fueron las 99 increíbles mujeres que se animaron a salir de su zona de confort para que todos tengamos un futuro mejor.

Es difícil describir lo que es compartir un espacio relativamente tan pequeño como un barco con 100 científicas desconocidas. Hay muchos prejuicios que tenemos todos sobre grupos tan grandes de mujeres solas. Que nos vamos a agarrar todas de los pelos, que nos “va a venir” a todas juntas y vamos a estar histéricas, que nos la vamos a pasar hablando de ropa o maquillaje o que solamente somos capaces de ir a la Antártida para lavar los platos. Lamento desilusionar, pero nada de esto fue lo que sucedió.

Hace 18 meses nos postulamos para formar parte de Homeward Bound y la mayoría de nosotras no creía ser lo suficientemente buena o exitosa para formar parte de un proyecto global de esta magnitud. Pocos meses después nos avisaron que habíamos sido seleccionadas para formar parte del grupo que viajó a la Antártida. Fue a fines de 2019 cuando nos convertimos en la expedición de mujeres al continente blanco más grande de la historia. Personalmente, sentí un fuerte síndrome de impostor al pensar que si yo había sido seleccionada fue seguramente porque los criterios no fueron muy rigurosos. Por suerte la experiencia me demostró lo contrario. Lamentablemente, el síndrome de impostor es bastante frecuente en muchas de nosotras.

Después de un año de preparación, utilizando herramientas diagnósticas sobre nuestros estilos de liderazgo y aprendizaje y recibiendo entrenamiento on line sobre visibilidad y comunicación, finalmente nos conocimos las caras en Ushuaia. Cien desconocidas con un mismo objetivo, convertirnos en mejores líderes frente a la emergencia climática que enfrenta nuestro planeta. Hasta ese momento no lo sabíamos, pero lo que habíamos aprendido hasta ese momento era, literal y metafóricamente, solo la punta del iceberg. Nos esperaban tres semanas muy intensas.

El 6 de diciembre, en altamar, las mujeres se sumaron a la protesta mundial por la acción climática (Foto: Will Rogan)
El 6 de diciembre, en altamar, las mujeres se sumaron a la protesta mundial por la acción climática (Foto: Will Rogan)

Australia, India, Zimbabwe, Alemania, Costa Rica, Paquistán, Francia, Kenia, España y muchos más. Estas mujeres representan 35 países, sus edades abarcan desde 23 hasta 70 años y sus profesiones incluyen biología marina, pediatría, oceanografía, geoquímica, ingeniería, guardabosques, diplomacia científica, manejo de incendios forestales y desastres naturales, astronomía, comunicación científica, así como una extensa lista de investigadoras en cambio climático, biodiversidad, ecosistemas marinos, ondas gravitacionales, protección de océanos, epidemiología, plásticos, ingeniería aeroespacial y salud pública entre otros.

Un ejemplo es la Dra. Cassandra Brooks, profesora de estudios ambientales en la Universidad de Colorado Boulder, cuya investigación ayudó a declarar en 2017 al Mar de Ross (ubicado en la Antártida) como zona marina protegida, lo cual había sido considerado imposible hasta 2016. Esto logró frenar la pesca indiscriminada de especies en peligro de extinción como krill y bacalao antártico (vendido en todo el mundo como merluza negra), siendo hoy la zona libre de pesca más grande del mundo. ¡De esto son capaces estas mujeres!

El primer día no podíamos imaginarnos cómo íbamos a llegar a conocernos y mucho menos a recordar nuestros nombres en solo tres semanas. Les voy a arruinar el final de la película diciendo que, cuando el viaje concluyó, sabíamos mucho más sobre cada una.

El programa está estructurado de manera de que haya la mayor interacción posible entre todas las participantes. Entonces, tuvimos al menos cuatro compañeras de habitación diferentes, formamos grupos de trabajo basados en temáticas y focos de interés, además de conocernos socialmente por fuera de las actividades pautadas.

El Simposio en Altamar nos permitió conocernos a fondo. Este era el momento más ansiado del día. Cada una de nosotras dio una presentación contando su historia. Algunas eligieron darle un enfoque estrictamente profesional mientras muchas se animaron a mostrar su lado vulnerable. Sin excepción, cada historia generaba una gran admiración. Conocer la trayectoria, desafíos y logros de las demás, nos ayudaba a validar nuestros propios logros y finalmente comprender por qué habíamos sido seleccionadas.

¿La vulnerabilidad es una fortaleza?

Detrás de cada una de estas mujeres tan exitosas se esconde una historia. Cada una de ellas se cayó y se levantó, tuvo que enfrentar desafíos y luchar contra sistemas impuestos por la sociedad patriarcal en la que vivimos. Esta experiencia en la Antártida, nos dio la posibilidad de ser vulnerables, de mostrarnos como realmente somos y vernos reflejadas la una en la otra.

Siguiendo esta línea, gran parte de nuestro trabajo a bordo estuvo enfocado en la visibilidad; para nosotras mismas, para otros y como una colectividad. Uno de los ingredientes clave de la verdadera visibilidad es la vulnerabilidad. No se puede ser visible sin ser vulnerable, y no se puede ser vulnerable sin ser valiente. Como menciona Julia May, miembro del equipo docente y especialista en visibilidad de Australia, “A menudo, en el liderazgo, ser vistas puede significar desarrollar una personalidad que no es auténtica; que se suscribe a modos anticuados de liderazgo patriarcal y que no tiene ningún parecido con el estilo de liderazgo que aportan las mujeres en su mejor expresión: un estilo inclusivo, colaborativo y centrado en el futuro y el bien común”.

Para salir al liderazgo visible con autenticidad, primero hay que ser visibles para nosotras mismas. Esto significa tener una profunda autoconciencia, conocer nuestro propósito y valores y tener una visión clara de lo que buscamos. Una vez que somos visibles para nosotras mismas, podemos ser estratégicas y generar un cambio. Una de las participantes, Yvonne Avaro, analista en marketing y sustentabilidad de Alemania, comparte su mayor aprendizaje de esta experiencia: “Hay que conocerse a una primero y desarrollar desde ahí nuestra manera de liderar”.

“Fue mágico e inspirador ver a 100 mujeres abrazar la vulnerabilidad y el coraje para hacerse más visibles para sí mismas, y luego ponerse en el lugar de los líderes visibles que desean ser,” recuerda emocionada Julia May.

Estos son los pilares sobre los que estuvimos trabajando en Antártida. Sobre la visión de la vulnerabilidad como fortaleza y no como debilidad, ya que no hay éxito sin la posibilidad de fracaso. Y como afirma la Dra. Aparna Lal, investigadora en epidemiología de Australia, “Ser fuerte y vulnerables son los dos lados de una misma moneda”.

La maternidad y la lucha por la igualdad

Uno de los temas de conversación más recurrentes fue la diversidad y la inclusión. Muchas de estas mujeres representan a grupos minoritarios como comunidades aborígenes, homosexuales o minorías étnicas y durante sus carreras profesionales se sintieron sistemáticamente desplazadas del liderazgo y la toma de decisiones. La activista por los derechos humanos y presidenta del Fondo Mundial para las Mujeres Musimbi Kanyoro dedicó una sesión a discutir estos temas, haciendo hincapié en que somos nosotras las que debemos velar por traer a las mesas de discusión las voces de los grupos menos representados, que somos un grupo privilegiado que si bien tuvimos que luchar muchas veces debido a nuestra inherente condición de mujeres, tenemos la posibilidad (y responsabilidad que eso conlleva) de ser escuchadas. Todas las conversaciones apuntaron hacia estrategias para achicar esta brecha de desigualdad a nivel global.

Otro de los temas candentes fue la maternidad. Vista desde todos los ángulos posibles: mujeres que dejaron todo para ser madres, mujeres que hacen todo para proteger el futuro de sus hijos, aquellas que sienten que la sociedad las obliga a elegir entre ser madres o profesionales exitosas y aquellas que son juzgadas por su decisión de no traer hijos a este mundo. Todas tuvieron su lugar y su voz en el contexto del liderazgo de las mujeres en la ciencia hacia un futuro sustentable.

Los últimos días del programa trabajamos en colaboraciones, especificando nuestros objetivos individuales y colectivos, lo que cada una tiene para ofrecer y en qué necesita ayuda. Un proyecto que la mayoría nos comprometimos a apoyar es una campaña para declarar la península antártica como área marina protegida, que es algo que hasta el momento no se logró a pesar de la evidencia científica y va a requerir de los contactos y experticia de cada una de nosotras.

Un ejemplo inspirador es el de Rachel Cooper, la participante más joven del programa, quien con tan solo 23 años trabaja para el gobierno de Nueva Zelanda en políticas sobre cambio climático y hace pocas semanas logró que se apruebe la ley de “carbono cero” para 2050. Rachel trabaja específicamente en las emisiones provenientes del sector agrícolo-ganadero y asesora no solo a su país sino a otros países donde la emisiones de dióxido de carbono provienen mayoritariamente de este sector. 

Un viaje a la Antártida para salvar al planeta

Cada una de estas mujeres dejó una enseñanza, de sus éxitos y fracasos, y sobre todo de su empuje y perseverancia. Contrario a lo que uno puede pensar sobre las mujeres en la ciencia, que somos fuertes y podemos con todo, esta experiencia nos invitó a repensar los paradigmas en los que vivimos y a encarar la problemática de la crisis climática desde la vulnerabilidad del planeta y la protección que tenemos que darle desde el diálogo, la diplomacia científica y la búsqueda de un bien común. Este es uno de los mensajes más poderosos del programa Homeward Bound. Una realidad diferente es posible.

Estoy totalmente de acuerdo con el pensamiento de Peter Drucker que dice que “la mejor forma de predecir el futuro es crearlo”. Estamos viviendo un momento bisagra de nuestra historia como especie humana. Podemos decidir ser parte del problema o de la solución. Los niños y adolescentes están pidiendo a gritos un sistema diferente. Mujeres de todo el mundo preocupadas por el legado que les dejamos a las generaciones futuras y ocupadas en generar una transformación sustancial en la manera en la que vivimos se están levantando y alzando sus voces para proteger a sus hijos. Desde la ciencia, ya sabemos las causas, las consecuencias y las soluciones, pero está fallando la comunicación y educación para lograr un cambio de manera efectiva. Pero como dijo la Dra. Terri Jump, consultora norteamericana en educación y liderazgo, “Nuestros corazones salvarán al planeta”.

Si tantas mujeres con formación científica e idóneas en el tema se arriesgan a salir de su zona de confort, dejar a sus familias y emprenderse en una experiencia a un lugar tan remoto y frágil como la Antártida, ¿todavía quedan dudas de si el cambio climático existe? ¿Todavía creemos que podemos seguir viviendo de la misma manera sin agotar los recursos naturales de nuestro planeta sin las consecuencias? Me guardo mi respuesta y planteo la reflexión.


Este artículo fue publicado originalmente en tn.com.ar

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